lunes, 25 de agosto de 2014

Bol. 8 / Oct.´02. ¿Día de la Raza?

 ¿DÍA DE LA RAZA?
12 DE OCTUBRE


12 de octubre de 1492, madrugada de ese día.  Se habían organizado ya varios grupos de protesta contra Cristóbal Colón e inclusive algunos fascinerosos tenían planificado matar al Almirante.
Muchos días de navegación y no divisaban tierra. Algunos de los marinos enfermaron por diferentes causas. Escaseaba el agua dulce y la comida era menor qada vez y mermaba su calidad. Mientras el Almirante, preocupado en su camarote, cavilaba; quién sabe cuales pensamientos pasaban por la mente, cuando de pronto, le pareció oír un grito que esperaba durante muchos días: .., "Tierra,… tierra" ...escuchó Colón; hubo un silencio sepulcral; de nuevo... "Tierra, tierra"...; la tripulación corría exaltada de un lado para otro, trataban de confirmar que lo que habían escuchado era verdad. Unos se asomaban a la proa del barco, (otros trataban de subir al mástil para convencerse de la veracidad de la noticia.
            Desde el día 3 de agosto, fecha en que habían zarpado, ya habían transcurrido 69 días y todo lo que habían visto era mar, cielo y más mar; por lo que la novedad les hacía inmensamente felices. Pronto podrían pisar tierra firme.
            Los marinos del galeón que era el buque insignia, de nombre "La Santa María" y era comandado por Colón, de inmediato comenzaron a hacer señas a las otras dos naves carabelas "La Pinta y la Niña ", capitaneadas por los hermanos Martín Alonso y Vicente Yañez Pinzón, para que bajaran el ritmo de navegación a objeto de atracar en tierra.
Al llegar, Colón vio a los habitantes todos desnudos, hombres y mujeres. Eran de muy hermosos cuerpos y buena cara; de no más de treinta años de edad, muy bien conformados, y creyendo que había llegado a las Indias Orientales, llamó indios a sus pobladores.


COMIENZA EL DESPOJO

"¡Pardiéz!, infelíz, te cambio este espejito por ese inmundo collar que lleváis puesto ", gritaba el extranjero a un sorprendido indígena, quien anonadado al ver su reflejo en el objeto que le daba el forastero, no atinaba a comprender que lo que el veía no era a otra persona, sino a él mismo.
El afán de lucro, la leyenda de "El Dorado ", tantas veces contada, tomaba cuerpo; parecía ser cierta a la mirada del invasor.  Desde ese mismo momento, comenzaba el despojo de las riquezas, el pillaje, el crimen y el ultraje de los aborígenes americanos.
La Mirada lasciva de aquellos bandidos, que tenían ya mas de dos meses en alta mar, se posaban sobre los cuerpos desnudos de las mujeres moradoras de aquellas tierras, que eran de una belleza natural, sin igual.
Con esa incursión, Europa impuso en nuestros suelos la continuación de su cultura, ya que la nuestra original, se detuvo ante la superioridad de la fuerza. Al respecto, el Padre Ignacio Ellacurria dijo en una oportunidad: "Decir descubrimiento es un absurdo, porque los españoles llegaron actuando como opresores y el opresor es incapaz de descubrir, porque es el oprimido quien descubre al opresor". Con dolor, nuestros antepasados soportaron la imposición de un mundo diferente.
No solo hubo despojo material, también lo hubo espiritual y moral, ya que en la mente del invasor no habían esos valores. Se apropiaron de sus riquezas, de sus indias e indios, de sus tierras las cuales fueron repartidas mucho antes de ser descubiertas (ver tratado de Torrecillas).
La miseria de la soberbia del invasor no tenía límites. La esclavitud y la servidumbre aparecieron pronto entre quienes no conocían esos procederes. Conjuntamente con ese dominio con violencia de la raza aborigen, hundida en las miserias que le impuso el recién venido, traen la raza negra, esclavizada y encadenan dos mundos a la merced de uno más atrevido y poderoso. Así aquel amasijo de seres y leyendas, de cantos y dolores, de espíritus y cuerpos, bajo el sol y las noches de América y África e incluso de una Europa huyendo por los mares hacia un nuevo mundo de esperanzas, nacieron resultados inesperados y magníficos,  


profundos y convulsos, un mundo estremecido por el genocidio que se producía en el paraíso de América.
             La conquista por la espada y la cruz, marchitan la posible gloria del encuentro de estas humanidades, no sólo por lo atroz de su violencia, sino por el efecto disociador que tomó sobre un pueblo, por la alteración que produjo a los eslabones de una raza, por la dominación y omnipotencia de los imperios ante las débiles naciones.
             ¡Qué eufemismos tan bárbaros! "Encuentro de dos mundos", "Día de las Razas". ¿Se habrá visto algún crimen mayor que el cometido contra nuestros indígenas?
Muchos aún hoy, hablan de la celebración de esta fecha. Debemos pensar que ese acto de Imperium sobre nuestras vidas, ha pesado y aún aflige, por obra de los poderosos de la tierra que no han cesado de incomprender y sojuzgar en algunas formas nuestros pueblos. Este hecho, no lo debemos festejar jamás, ni siquiera ingenuamente.


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